Extraído de http://juventudrebelde.org/index.php?mact=News,cntnt01,detail,0&cntnt01articleid=732&cntnt01returnid=56
Carta a la izquierda consecuente madrileña
Con el paso de los años y la experiencia acumulada, uno se va forjando la impresión de que cualquier izquierda
que no reconozca y acepte como punto de partida la plurinacionalidad
del Estado español está castrada, abocada al precipicio del fracaso.
Cuando hablamos de nuestra tierra esto tiene especial gravedad, porque
carecemos de una masa social -y de referentes políticos que la agrupen-
que sea capaz de reconocer a Castilla como sujeto político, social,
cultural y territorial concreto, pese a los lógicos y sanos debates
sobre la cuestión nacional que quedan pendientes de resolver; la lucha
es en sí misma pura contradicción.
Muy poco a poco, entre las
sensibilidades de izquierda en Castilla se ha venido desarrollando esa
idea básica que considera a nuestro pueblo como uno más, idea que ya no
es ni debe ser nunca más patrimonio de un par de colectivos ni exclusiva
de sus militantes. Aún así, todavía estamos peor que antes de la
Transición; sonroja ver el material propagandístico de la
socialdemocracia en los momentos previos al proceso autonomista, pues
entonces hasta el PSOE tenía más claro el hecho diferencial castellano
que lo que hoy lo tienen los más feroces críticos del sistema en nuestra
desestimada tierra.
A la hora de preguntarnos por la
desarticulación de la conciencia nacional en Castilla no se nos ocurre
mayor causa que la “cuestión madrileña”. A cerca de ello es
sobre lo que versa esta reflexión que queremos lanzar a la izquierda
consecuente castellana, y en especial a la rica y plural izquierda
madrileña.
1083 fue probablemente el año en que
Madrid se incorporó al ente político castellano tras la conquista de
Alfonso VI; exactamente 900 años después, en 1983 nuestros enemigos de
clase inventaron de la nada la artificial autonomía -aunque hay que
decir que no es menos artificial que sus inmediatas vecinas, las otras
autonomías castellanas. En estos últimos 30 años han sido
capaces de esconder debajo de la alfombra del olvido 900 años de nuestra
historia e identidad y de normalizar completamente su proyecto, no solo
entre gente políticamente poco afín a todo pensamiento crítico, sino
también entre la izquierda más consciente, combativa y reflexiva. Para
hacernos una idea, cada uno de estos últimos años plagados de
traiciones y humillaciones al pueblo trabajador han pesado como 30
periodos de 30 años (30 x 30 = 900) a la hora de borrar los lazos entre
el territorio madrileño y el resto de nuestro pueblo. Sería una
curiosidad graciosa si no estuviéramos hablando del exterminio
planificado del hecho nacional castellano.
Pero como el lector sagaz comprenderá,
no es del Madrid medieval de lo que queremos hablar, cuestión la
histórica, por cierto, que gravita en torno al principal argumento para
rehusar Castilla: cuantas veces habremos oído que: “Castilla ya no
existe, era un viejo reino que hoy huele a polvo; y en el caso de
existir, existe más allá de las fronteras de Madrid”. Este ‘argumento’,
unido al tópico de que “Madrid es una isla cosmopolita en un mar de
pueblerinos” nos hiere profundamente a los castellanos no madrileños,
especialmente a aquellos que somos del medio rural. Pero como decíamos,
preferimos hablar de la Transición y del Régimen que surge en estos años
tras la muerte de Franco, porque aún hoy –casi diríamos que ahora más
que nunca- hablar de esto es hablar de nuestro presente y de nuestro
futuro.
¿Por qué la izquierda
consecuente, que se plantea valientemente todo lo que surge de la
pactada Transición y de una Constitución que consideramos obsoleta se
vuelve muda a la hora de analizar el proceso de creación de las
autonomías, más concretamente sobre las castellanas? Y decimos
que específicamente las castellanas porque de las antiguas entidades
territoriales, las nuestras fueron las únicas que se vieron modificadas
hasta dejarlas irreconocibles. ¿Son más legítimas estas autonomías que
la propia jefatura y entramado del Estado? ¿Acaso un tema tan serio como
el modelo territorial del Estado español, cocinado en las ollas de los
partidos del régimen y sobre cuyo proceso jamás se nos consultó, no es
lo suficientemente interesante para prestarle atención? ¿Se tiene miedo
de abordar esta cuestión o es que no tenemos nada que decir al respecto?
Se dice que quien calla otorga; nosotros decimos que ya se ha otorgado
al enemigo demasiado, ya se le han hecho demasiadas concesiones, también
en este ámbito de la lucha que es la liberación nacional.
Pero siguen aflorando las preguntas. ¿A
quién benefició la partición de Castilla? ¿Somos incapaces de hacer una
reflexión serena sobre la trascendencia que tuvo para el capitalismo y
el españolismo la desarticulación de este nuestro pueblo? ¿Lo
consideramos una casualidad, algo que el Régimen dejó al azar? ¿Se puede
llegar a pensar que la creación de la autonomía madrileña fue una
decisión bienintencionada para favorecer la calidad de vida y el
acercamiento de la administración a una población heterogénea por su
procedencia y en constante crecimiento?
Nuestras humildes respuestas son
que Castilla fue dividida a conciencia, preventivamente si se desea,
para ofrendarla al proyecto del españolismo, para sacrificarla a la idea
de la unidad de destino en lo universal de España. En
Castilla se favorecía así el sentimiento único, sumiso a España,
centrípeto y opuesto por naturaleza a la disidencia centrífuga, en
especial hacia el pueblo catalán. Había precedentes para cimentar estos
ladrillos y fueron empleados con astucia; mientras, el pueblo castellano
no estuvo a la altura de las circunstancias, huérfano de agentes
políticos que reivindicasen la identidad progresista de Castilla.
Treinta años después no podemos hacer un balance distinto; si la función
de las autonomías hubiera sido mejorar la calidad de vida, acercar a la
ciudadanía la administración, desarrollar y garantizar el futuro para
esta tierra, etc., se podría decir que su proyecto habría fracasado,
pero puesto que consideramos que su función principal fue la de ponernos
todas las trabas posibles como pueblo y generar confusión sobre nuestra
identidad, conviene reconocer que las autonomías cosecharon un gran éxito como narcótico.
Hoy, cuando se ha avanzado de manera
sincera en la comprensión de la plurinacionalidad del Estado y se ha
articulado una respuesta desde la izquierda que gira alrededor del
derecho de autodeterminación de los pueblos, queda mucho por debatir y
clarificar.
En primer lugar, consideramos que no se puede defender tal derecho en abstracto
desde Madrid, y en conjunto, desde Castilla. La de un pueblo que no se
reconoce a sí mismo es una palabra poco fiable, cuanto menos, por poco
estudiada. El internacionalismo exige el reconocimiento
recíproco de los pueblos, como la solidaridad de clase exige que quienes
la practican tengan esa conciencia de hermandad entre trabajadores/as. Expresar la solidaridad de Madrid a Euskal Herria, como
tantas veces se ha visto, equivale a expresar la solidaridad de una
ciudad -o de una provincia o autonomía- hacia un pueblo al que sí se
reconoce una condición que nos negamos a nosotr@s mism@s; son categorías
diferentes, a las que hemos decidido plegarnos, someternos. ¿O es que a
l@s castellan@s no nos hace falta patria, pese a que suspiramos por la
suerte que tienen otr@s de sí tenerla?
Nos encontramos entonces ante la
declarada orfandad de l@s revolucionari@s castellan@s que hablan de la
liberación de los pueblos sin ser capaces de distinguir cual es el suyo.
Nos preguntamos cómo cada revolucionari@ resuelve esa
contradicción en su seno. Quizás es que la fórmula expuesta en la
Constitución del 78 tiene más predicamento del que creíamos, y se acepta
la farsa de que en el Estado hay “nacionalidades y regiones”, esto es,
hay territorios específicos que juegan en diferentes divisiones y que no
se exponen en igualdad de condiciones, como si unos pueblos fueran más naciones que otros,
o tuvieran culturas cualitativamente superiores. Evidentemente, lo que
hay detrás de estos títulos es la concesión a regañadientes de parcelas
de reconocimiento a los pueblos que son capaces de comprenderse a sí
mismos como tales, y las sobras –las simples regiones- nos las quedamos
los que nos venimos conformando con ser el alma de España por los siglos
de los siglos. Sin embargo, esta fórmula jerárquica nos parece
profundamente reaccionaria e impropia de la izquierda, incluso contraria
al internacionalismo.
Que el sentimiento castellanista
sea menor que la conciencia nacional subjetiva que han desarrollado
otros pueblos no significa que tenga que ser directamente ignorado por
los movimientos revolucionarios, ni contrapuesto maniqueamente con otras
prioridades. El revolucionario tiene que analizar su realidad
en sus más amplias perspectivas, y comprender que, al igual que la lucha
de clases existe aunque amplias capas de la clase trabajadora no tengan
plena conciencia de sí mismas, los pueblos existen de manera objetiva
pese a que los sujetos que en ellos viven no asuman o no quieran asumir
su existencia. La voluntad de ser, la conciencia subjetiva, es
lo que luego ayudará a colocar a los pueblos en el camino de su
emancipación y soberanía, pero no es la conciencia ni la voluntad lo que
produce o da existencia a los pueblos.
A veces hemos oído defender que Castilla
no existe porque la mayoría de l@s castellan@s no tienen sentimiento
nacional, dando a entender que el argumentador apoyará la existencia o
no de nuestro pueblo -o de otros bajo los mismos parámetros- en función
de su mayor o menor aceptación popular, y no en función de un análisis
de la realidad. Eso se llama oportunismo, colocar la vela al viento que
mejor sople; pero este barco tiene que ser de remos, se mueve con
nuestro esfuerzo. Tenemos el derecho de exigir a la izquierda
respetuosa con los pueblos que se defina de una vez, que deje de moverse
en una cómoda ambigüedad que es nociva para nuestro pueblo y genera
confusión sobre la existencia o inexistencia de Castilla como sujeto.
Si Madrid no es Castilla, entonces Castilla no existe y la nación de
los solidarios madrileños con los pueblos del mundo no es sino España;
sin embargo, si Madrid es Castilla, entonces podemos empezar a debatir
acerca del encaje y la convivencia de nuestro pueblo con el resto de
nuestros primos peninsulares con los que tanto compartimos. Este es el
enigmático silogismo que la izquierda española no consigue o no quiere resolver.
En cuanto a la cuestión de las
prioridades en la lucha, que es otra de las escusas para no abrir la
Caja de Pandora de la liberación nacional de los pueblos, consideramos
que no hay nada más prioritario que acabar con este régimen;
defender la castellanidad de Madrid y nuestra existencia como pueblo es
un excelente avance en esa dirección, que nos sitúa en nuestro lugar en igualdad con otros pueblos y cuestiona todo el proyecto de la burguesía española.
Seremos sincer@s. Que Madrid es Castilla
y que Castilla es uno de los pueblos bajo jurisdicción del Estado
español nos parecen cuestiones tan evidentes que casi nos cuesta
explicarlas. Para lo primero creemos que sobra con leer libros de
historia, con mirar un mapa de la autonomía enclavada en el corazón de
ambas Castillas, con sentir la cultura tradicional de Madrid, con
visitar sus pueblos y hablar con nuestros mayores. Por eso y porque ya
hay muchos documentos escritos al respecto no abundaremos en esta
cuestión. Somos plenamente conscientes de la especificidad de Madrid,
que como toda metrópoli, tiene sus innegables peculiaridades sociales,
económicas, organizativas y culturales. Igualmente, somos conscientes de
las especificidades de Londres, Jerusalén, Caracas o Sevilla sin
olvidar jamás que hablamos de grandes urbes enmarcadas en Inglaterra,
Palestina, Venezuela y Andalucía. Es una cuestión de justicia que el
pueblo castellano tome conciencia de sí mismo de una vez por todas,
especialmente en los lugares donde se esconde bajo toneladas de cemento
nuestra identidad y se nos apabulla con ese falso cosmopolitismo
impulsado por la globalización que arrincona nuestras tradiciones,
también las de lucha.
Sentimos si alguien se siente
defraudad@: a juicio de algunas personas, Castilla no tiene tanto
pedigrí como otros pueblos, no es tan cool ni se caracteriza por su exotismo, pero aún así es
nuestro pueblo, al que desconocemos profundamente, infravaloramos,
subestimamos y encuadramos entre los marcos de los más falsos tópicos
imaginables. Los pueblos se construyen día a día, y nuestra
miserable Castilla de hoy puede ser un faro de esperanza y dignidad en
el día de mañana, como ya lo fueron otros pueblos que nada tenían de
envidiables antes de la llegada de l@s dign@s.
x Jorge, militante de Yesca
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